El Museo de Altamira contempla su entorno “sin prisas” en un mundo “líquido y digital”

Santander.- Dice la artista Andrea Juan, en la instalación de espejos que despliega entre los árboles del entorno de la Cueva de Altamira, que “rendíamos homenaje a la vida trenzando cuentos y leyendas que dejamos plasmados en nuestras cuevas”. Sin embargo, continúa, volvemos a un lugar “tan especial y mágico simplemente para reencontrarnos con nosotros mismos”. Ese ha sido el objetivo de la VIII Escuela de Arte y Patrimonio «Marcelino Sanz de Sautuola», que se celebra esta semana en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP) y que se ha trasladado al Museo de Altamira para “reconectar con la naturaleza”.

Esa es la nueva mirada con la que el Centro, bajo la iniciativa ‘Museo sin prisas’, quiere contemplar lo que le rodea, a través de un conjunto de acciones que están vinculadas con la sostenibilidad en términos integrales, según ha explicado la educadora Asunción Martínez. “Pensamos que el museo tiene que ser un espacio diferenciado de lo cotidiano. En un mundo urbano y desnaturalizado, líquido y digital, dominado por la inmediatez, tenemos que ofrecer tiempos y espacios donde disfrutar el momento y recuperar la capacidad de sorprendemos”.

Como también explica Pilar Fatás, directora del Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, se trata de que los museos “sean capaces de aportar un granito de arena en la transformación de este mundo en el que vivimos”, siendo un canal más, junto a los medios de comunicación o la propia legislación, que fomente la sostenibilidad, tema sobre el que gira esta edición de la Escuela. “Sostenibilidad en términos integrales. No hablamos solo de la perspectiva medioambiental, sino también de esa otra perspectiva social que tan importante es. Además de poner en valor el entorno, se trata de hablar de reciclaje, o de fomentar entre la organización y entre sus visitantes una alimentación saludable”. Todo ello con el objetivo de “disfrutar del tiempo de ocio de otra manera, sin prisas, aportando calidad. Que no sea simplemente un mero recopilatorio de fotografías de lugares, sino de poder vivirlo como una experiencia diferente y gratificante, que tenga un valor añadido”, ha explicado la directora.

“Se trata de aprender haciendo, pero sin el valor finalista, con un enfoque mucho más relacional”, ha precisado Martínez. Con este fin, se desarrollan en el Museo actividades como el taller de arqueología experimental y creatividad Hecho a mano, el taller Un mundo más humano, donde se enseñan técnicas y materiales para la obtención de fuego, o la actividad De tierra, agua y aire, que se desarrolla en torno a la técnica del aerógrafo en el arte rupestre paleolítico.

Durante la jornada, y poniendo en práctica estos principios, los alumnos de la Escuela han paseado, antes de visitar la Neocueva, por los alrededores de la que ha sido considerada Capilla Sixtina del arte rupestre, y que cuentan con unos 210000 m2 y más de 300 especies herbáceas. Porque “caminar es un acto cognitivo y de apropiación simbólica”, afirma Martínez, en una actividad protagonizada por la interpretación del patrimonio y la educación ambiental y patrimonial, con la conversación como formato. “Apostamos por el formato de la narración, conectando a las personas a través de las emociones, sin apelar exclusivamente a los conocimientos. El relato es mucho más poderoso que la descripción”, ha asegurado la educadora del Museo de Altamira.

Se trata de concebir, en definitiva, el museo como un lugar “sin prisas”, porque en la decisión de cambiar el rumbo y ofrecer una mirada hacia lo sostenible, “lo primero que tenemos que hacer es desacelerar”. Martínez ha apostado porque el Centro sea un “espacio para soñar e imaginar. Ha de ser un lugar para las personas, para aprender y desaprender, para conocerse más, disfrutar y desconectar; para la experimentación del juego, el conocimiento de las emociones, y pensar el presente”, ha subrayado Martínez.

Pensar el presente, pero sin dejar de mirar atrás. “No se trata de idealizar el pasado, pero sí de pensar en qué hemos cambiado”, ha recordado la educadora. Porque no hay que olvidar un interrogante, que acompaña a una de las fotografías de la exposición temporal #IceAgeEuropeNow que jalona la entrada del Museo de Altamira: No somos los primeros, pero ¿somos los últimos?

Fotografía: Juan Manuel Serrano | UIMP 2018